lunes, 1 de diciembre de 2008

Un día de Alu-Cine

Hace frío en la habitación. Embalsamo mi cuerpo con una manta, a lo Bastian, y comienzo a escribir. Eso pretendo. Busco en mi cabeza alguna palabra bonita y luego la busco en el teclado. Paso más tiempo mirando los botones que la pantalla. Es intrigante desconocer lo que uno lleva escrito tras media hora de dedicación a las teclas, alzar la vista y ver que el titulo está bien escrito. Marco una improvisada banda sonora con el teclado, quizás no tan sonora, y doy paso al inicio de mi viaje. Un extraño escalofrío, en forma de voz humana, recorre mi cuerpo y me dice que debí terminar ese curso de mecanografía al que me apunté aquel verano del 98. No creí que fuese tan necesaria esa habilidad en el presente. ¡Presente!

Enciendo mi Kendal (máquina del tiempo) para viajar al pasado y auto convencerme sobre ese curso de mecanografía. Estudio primero ese viaje, no puedo hacer muchos cambios en el pasado, pues el futuro incierto de ese momento o próximo presente, es decir, lo que seria el ahora pero diferente, podría repercutir en lo que sí seria el futuro autentico o classic future (traducción original) y me llevaría a un pasado imperfecto que trascendería ahora en mi presente… Creo que acabo de auto convencerme de algo sin viajar a ninguna parte. Apago mi Kendal y pienso que todo seria más fácil con Doc.

Maquina Kendal

De nuevo busco, pero esta vez con la mirada, algo que me motive a seguir con este relato basado en hechos reales. Inmóvil en mi habitación, la desesperación se cuela en mi cabeza, que desata en cólera por falta de ideas y comienza a dar vueltas sobre su propio eje, como le pasó a Regan en El Exorcista uno. Aun ignoro si ella encontró lo que buscaba. Consternado en mi habitación, echo un ojo a mí alrededor y busco preguntas pero no encuentro más que respuestas en forma de test y un qué pensar sobre mi habitación. Debería recogerla un poco. Finalmente me paro frente a un antiguo pero brioso reloj de tic-tac que volvería loco al mismísimo James Capitán Hook y reflexiono sobre mi futuro a corto plazo y sus consecuencias derivadas a causa de no tener hecha la comida cuando ELLA llegue. Me pongo las zapatillas de andar por casa con más chispa que Melvin Udall. Salgo al pasillo y me percato de que la decoración de mi habitación es similar a la del resto de la casa. Creo que podría dejarme caer al suelo sin hacerme daño, seria algo así como el anuncio de Mimosín en el que un oso blanco y parlanchín se lanza felizmente desde lo alto de un armario y cae sobre una pila de ropa blandita. Acojonante.

Quizás porque soy un hombre decidido y luchador decido seguir mi lucha por el pasillo entre tanta ropa. Apenas puedo caminar. Al final de pasillo diviso algo, me recuerda a un jersey de rayas que me compré hace unas semanas en…no me acuerdo donde. Creí que lo había perdido. Me compadezco de él y decido rescatarlo de entre la maleza, y pienso que no seria mala idea quitarle la etiqueta que marca el precio. Como ya llevo manga larga prefiero echármelo al cuello y retornar mis pasos hacia la habitación. De fondo puedo escuchar el rugido del pecho de mi compañero de piso, creo que duerme. Camino a la habitación me echo a reír por la misión de rescate que mi jersey y yo vivimos en esos momentos -salvar al jersey a rayas- digo entre risas. Los ronquidos de la guerra pectoral que sufre mi compañero de piso despiertan en mi una curiosidad innata que se extiende sobre las tierras oscuras de Mordor, es decir, mi pasillo plagado de cadáveres textiles…No puedo decir qué fue lo que se me vino a la cabeza, pues mi memoria de Doris y la fluidez que desato sobre el teclado influyeron bastante sobre el raciocinio de aquel instante.

Jersey a rayas

Abro la puerta de mi habitación, y no precisamente con la soltura que exhibiría Clint Eastwood en el salvaje oeste. La magnífica percha colocada detrás de la puerta me irrita más cada día, todo lo que cuelgo se desliza en 60 segundos aprox. Enojado por las circunstancias, lanzo brutalmente al herido en cuestión sobre la cama. Tras el Giro Inesperado que realizo, me encuentro Cara a Cara con el marco de la puerta que logro esquivar a tiempo. Sonrío. Miro el reloj. Dejo de sonreír. De nuevo cruzo a través del angosto desfiladero hasta llegar al salón y escucho un ruido. Sus llaves.

Si bien dijo un simple montaraz que pudiera llegar el día en que el valor de los hombres decayera, estaba en lo cierto. Para mí ese día llegó presentado en forma humana, ELLA, no Laraña, simplemente ELLA. Petrificado por el inminente bocado que el doctor Hannibal Lecter pondría sobre su plato favorito, garanticé que su rostro se encontraba en completa armonía por la circunstancia: la comida sin hacer. La miro con amor y ella a mí con odio. Sus ojos brillan como si de un replicante se tratase, pero se respira amor. Lo huelo en el aire, lo huelo en la tierra… Por muy absurdo que parezca, sólo me vinieron dos cosas a la cabeza en ese instante: un objeto volador no identificado propulsado por la ira de ELLA, que impacta brutalmente sobre mi inteligencia, haciéndome perder el equilibrio, y una palabra: ROSEBUD.